Orden, Movimiento, Quietud

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Márquez ablandando su mano. Fotos: Alejandra Del Castello

En el Ciclo Danza Sub30 del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, en programa compartido, se presentaron los unipersonales La Pieza Más Pequeña de Mercedes Ferrari y Petrificada de Araceli Márquez

 

El trabajo de Ferrari consistió en la presentación y armado de un dispositivo escénico que luego se destruyó. Estructurado en tres partes, a lo largo de la primera, con cautela y precisión obsesivas, la coreógrafa e intérprete acondicionó el espacio, perimetralmente, disponiendo un entramado de hilo que pegaba en torno a la escena. En esta había diversos elementos corrientes (asientos, cajones, latas, vasos), algunos colgantes, que terminaron por ser hilvanados firmemente por la tanza que la bailarina manipulaba. Tras estas ataduras, en una segunda parte, iniciándose como un accidente que provocó la caída de un objeto, el personaje comenzó a desbaratar la prolija construcción y, poco a poco, fue incrementando sus afanes y acciones terminando en una suerte de torbellinos de gestos que agruparon todos los objetos en un lado, en un amontonamiento confuso, a modo de desechos para descartarse. Y, en el tercer momento, ella, al lado opuesto de aquel montón, acondicionó prolijamente su apariencia, de frente al público, también obsesivamente.

Los tres tramos propusieron sendas aproximaciones a organizaciones de ese universo individual, primero como actos de orden, luego, negación violenta de este, y por fin, presentación de sí, vaciada de aquellas relaciones con los objetos, ya en una soledad que solo permanecía quizá intentando ya no perturbarse.

Por su parte, la pieza de Araceli Márquez, ofreció una muestra de control de gesto y movimiento transitando la presentación de una visita a un gólem, ese ser mitológico creado de barro y que cobraba cierta vitalidad. Márquez, ataviada con un amplio vestuario y aderezada con arcilla gris (o similar), se desplazó muy cuidadosa y lentamente.

En las diversas instancias de la breve pieza se sentó sobre una baqueta, mojó su cabeza o sus pies, o bien su camisa o pantalón, en un balde con agua, cambió posiciones de objetos y de sí, con un notable control físico para sostener formas complejas en equilibrios. Cada mojadura ablandaba un poco su posibilidad de movimiento, concluyendo el trabajo con su presencia de pie, un poco menos rígida respecto del inicio. Cambios paulatinos y leves, dentro de un marco de rigidez, la obra pareció centrarse en una expresividad de lo poco que se puede dar de sí en ámbitos altamente condicionados o impuestos.

Con dos maneras distintas de construcción y performatividad, ambas coreografías podrían ser reunidas en una poética apocada y cáustica, aparentemente vaciada de emociones, que apunta a dar metáforas sobre soledad individual, imposibilidad de relación con otros, encierro sobre sí que, de algún modo, aluden a tránsitos actuales entre la persona y su entorno.