11 de noviembre, Nápoles, Italia – 27 de noviembre de 2019, Buenos Aires
Llegó a la Argentina a los 5 años de edad con su madre y su hermano, para luego encontrarse con su padre Ciro Taormina un reconocido arquitecto que ya se encontraba en Buenos Aires.
Adela o ‘Adele’ como todos la conocían, estudió danza clásica, pero su pasión fue siempre el flamenco. También fue una gran pintora, conocimiento que volcaba en la danza, perfeccionando movimientos hasta lograr sacar lo mejor de cada uno de sus bailarines.
Como directora fue generosa y humilde, querida por todos sus elencos, quienes la acompañaron hasta su partida.
Entre sus composiciones más recordadas se cuenta Las Lorquianas y Mujeres de la Luna.
Dice Sergio del Popolo: “Quienes te conocimos en los ‘80 nos formamos viéndote bailar en tu inmensidad. Eras monstruosamente bella bailando. Esa era la magnitud de tu baile, una explosión de fuerza, de duende, encerrada en esas cuatro paredes de la escuela de Dolores. Fuimos tu público por años, tus más fervientes admiradores. Hasta que un día cerraste esa puerta y abriste otra con Las Lorquianas y luego Mujeres de la Luna; dos de tus mejores creaciones hechas realidad y que dejaron huella en el flamenco argentino. ¿Quién no te podría recordar mi querida Adele? buen viaje”.
Marta Bernazano, por su parte expresó “Buenos Aires, año 1987. Una sola maestra de flamenco, de Monterrey ella. Su nombre, Dolores d’Amore, su seudónimo artístico, Dolores Monterrey. Más que una maestra, una leyenda. O una loca. Encerrada entre cuatro paredes blancas, en un salón alquilado de la calle Bulnes, Dolores, con un guitarrista y su sola presencia, consiguió reunir los primeros fervientes discípulos del flamenco en Buenos Aires. Entre ellos, una mujer joven, especie de fauno, o sirena, sin duda un personaje mitológico surgido de la imaginación de alguien que convocó al mismo tiempo la belleza la pasión y la fuerza, lo femenino y lo masculino, lo sublime y lo terreno: Adele Taormina.
Cada baile era la vida y era la muerte, era la felicidad de la expresión y la explosión de todo su ser. Esa mujer bellísima, con ojos muy verdes y caderas anchas que debían rememorar lejanas tierras de gitanerías, tuvo además una vida tan secreta que casi nadie supo de ella más que algunos escasos trazos, siempre incompletos.