En el mundo del flamenco hay un mote del que nadie escapa: payo, que es como llaman a quienes no son gitanos (aunque sea un vocablo que pertenece a ese propio grupo étnico). Desde Rosario, Kichy Duarte testimonia para Balletin Dance, parte de esa historia
En algunos casos, ser payo o gitano, es usado como sinónimo de ser flamenco, o no. También se cree que ser gitano es símbolo de auténtico o puro, un concepto que se arraigó en los años ‘60 del siglo pasado y que en nuestro país aún continúa vigente.
Pero también se podría pensar que ser gitano y flamenco es un argumento de venta. La verdad es que la estética de lo gitano se produjo en el romanticismo europeo para atraer a los turistas a visitar la península. Alrededor de los años 1830 existían las llamadas “gitanas fingidas” un grupo de bailarinas francesas, austríacas y alemanas que bailaban un estilo de baile bolero español y se hacían llamar de esa manera. La famosa Fanny Elssler recorrió los escenarios del mundo bailando la cachucha bolera y otras como Lola Montes o Pepita Oliva triunfaron en Londres y París con ese mismo mote. La confusión siempre habitó el flamenco y muy pocos apuestan por aclararla. ¿Se es payo o gitano, y eso, qué tiene que ver con ser flamenco?
Doscientos años después, lo gitano sigue siendo un tema recurrente dentro del ámbito de lo flamenco. Kichy Duarte es una bailaora afincada en Rosario, aunque nacida en Córdoba y su aparición en la escena pública fue durante un largo período en que estuvo casada con un gitano, parte de una agrupación de flamencos llamado “Los duendes”. Su estética agitanada y su manera particular de bailar la hizo destacar mucho tiempo dentro del ámbito local.
En entrevista con este cronista, Duarte contó sobre ese mundo. El descubrimiento de lo flamenco y las reglas que impone la familia gitana para poder pertenecer a ella, algo que le costó un largo proceso de separación.
Fascinada desde los 5 años al ver bailar a su prima, empezó por tomar clases de español en Río IV “venía un profesor de Buenos Aires, Elbio Cosentino a tomar los exámenes y también Soria Arch de Córdoba. Me recibí de profesora muy pequeña. Y empecé a juntar gente por el barrio, también vinieron los compañeros del colegio de mi hermano, yo tenía 13 años y daba clases en un pequeño saloncito. La primera muestra que hice, fue en el Teatro Municipal junto con otra profesora mayor…”
De adolescente trabajó en la Compañía Municipal de Teatro haciendo giras con Inodoro Pereyra. Se trasladó a Rosario y se inscribió en la Escuela Nacional de Danzas, donde fue rechazada… “mi primer fracaso”, recuerda entre risas. Poco después comenzó a trabajar como bailarina en un circo.
“Yo siempre buscaba hacer flamenco. Sabía que había algo diferente a lo que me enseñaban, porque tenía un casette de cinta con canciones de Federico García Lorca, también tenía algunos temas de Paco de Lucía. No entendía qué, pero sabía que era diferente al español que estábamos haciendo…”
Entonces conoció a Victoria Coloso, una profesora de tango, que la estimuló para que junto a su hermano, bailaran el 2 x 4. “Venía a casa, nos enseñó y me empezó a contactar con gente de la guardia vieja del flamenco, con gente de la antigua Agrupación Andaluza. Me presentó a Roberto Rodríguez y a Elsa Alexander, que eran compañeros de Marta Aldazoro y Paco Pechot (artista plástico). Victoria me llevaba a la casa de Roberto que había estado en España y tenía videos en VHS y allí empecé a ver flamenco: Manuela Carrasco, Camarón… Elsa se ofreció a enseñarme sevillanas y el Embrujo de Fandango que hacía Carmen Amaya (con castañuelas y braceos). Nos juntábamos en su pizzería y cuando bajaba la persiana bailábamos”.
Kichy Duarte continuó su recuerdo para esta revista: “Un día fui a las colectividades, en la carpa de la agrupación andaluza había unos muchachitos tacando la guitarra y cantando, y unas chicas alrededor hacían palmas y bailaban algo… Era la música que yo veía en aquellos videos”. Así que pidió permiso para subir a bailar. A partir de allí su vida se vería ligada a Diego “el cantante del grupo, que era de Mendoza, al que habían llevado a Rosario para casarlo. Había algunas cuestiones de su grupo familiar que no sabía: ellos eran gitanos…”
¿Cómo fue el flamenco metiéndose en su vida con este vínculo y cómo fue la mujer perdiendo derechos en esta relación?
“Diego vivía conmigo en la casa de mis padres. Sus padres recién después de estar embarazada de seis meses me permitieron entrar a la suya. Y el vínculo con la familia era ‘esta paya que encima baila’. Porque además, las mujeres no se muestran en público, las chicas están criadas así. Intentaron que dejara de bailar y no lo hice. Luego la cuestión de la ropa: tenía que estar muy cubierta (salir o ir al río era un tema, no ponerse una malla) y seguir unas normas de conducta de la familia. Yo renegaba todo el tiempo con eso. Si bien Diego era tolerante en algunos aspectos, la familia imponía ciertas normas”.
¿Qué significa una mujer en el flamenco?
“A mí me salvó el flamenco. Y soy flamenca: no hace falta ser gitana para serlo. Aunque me corte el pelo sigo siendo flamenca. Fueron casi ocho años intensos, de estar con ellos, de muchos shows, muchas actuaciones. No sabía lo que era ir un domingo al río tranquila”.
Entre gitanos y payos, qué piensa sobre el flamenco actual
“Creo que se pierde la esencia de vivirlo. Hoy hay un flamenco que se aprende en la academia y mucho de Facebook. Hay que buscar otros espacios, que no sea solamente mostrarse sino compartir, vivenciarlo. Estar en una fiesta y empezar a hacer las palmas. Juntarte con tus compañeros un sábado y ponerse a hacer flamenco”.
¿Cuál es su proyecto para el próximo año?
Sigo dando clases y actuando en los tablaos con Natalia Álvarez con quién hemos hecho una buena dupla. Tengo unas ideas para trabajar con relación al feminismo, queremos presentar una obra corta sobre ese tema, que ya tiene algunas cosas grabadas. Abordar el mundo femenino y también reírnos de lo que somos las flamencas, porque en muchas situaciones producen mucho humor.