Cuando se juega en escena sobre supuestos biográficos, cuando lo que aparece son datos documentables sobre hechos posibles de aceptarse como históricos, ¿qué es ficcional? En Chacarerean Teatre, los lunes, se presenta 200 Golpes de Jamón Serrano, espectáculo con dramaturgia y dirección de Marina Otero
En la pieza no hay jamón serrano (al menos, en la función que se comenta, no, a pesar de unos bocadillos que se entregaron a algunos asistentes casi al final de la obra: no pudieron ser degustados por este cronista, por lo cual no podemos afirmar el jamón). Pero sí golpes (¿200?, ¿más?, ¿menos?). Golpes de efecto. Especialmente humorísticos, aunque también abundan golpes de efecto biográfico.
La dramaturgia de Marina Otero tomó como eje exposiciones y expresiones que hacen base en el género biografía. La pretensión de una biografía es dar cuenta de la historia de la vida de una persona. ¿Es posible? En rigor absoluto no. Pero, como una biografía suele contar con datos (p. e., un acta de nacimiento da cuenta bastante exacta de la circunstancia espaciotemporal del nacimiento de alguien), estos datos, que referenciarían hechos, armarían un posible esqueleto histórico que suele creerse.
Gustavo Garzón es, en gran medida, además de uno de los protagonistas del espectáculo, la persona sobre la que se construye lo que de biográfico aparece en 200 Golpes… También, algo de la propia Otero, la otra protagonista central, va en tónica biográfica dentro del entramado.
El esquema es transparente: Garzón, actor con trayectoria reconocible (no para todos, como en la misma obra se dice: quizá, los jóvenes no sepan quién es), cuenta aspectos nodales de su vida. Otero también da algunos propios. La reunión de ambos en el espectáculo tiene fines de divertimento para Garzón y de éxito para Otero, cosa confesada en escena. Lo que se construye parece ser un fracaso, y sin embargo se ofrece el espectáculo.
En la construcción dramática hay presentes actos que toman la forma de la documentación: se graba y proyecta lo que ocurre en escena, se remedan momentos de preparación en acto y conceptos de la obra. Esto es: se proponen entradas entre anecdóticas, biográficas, históricas y hasta de chismerío. Y hay acciones: se canta, se actúa un tramo de La Gaviota de Antón Chéjov, se representan momentos de las vidas de Otero y Garzón, se arman secuencias danzadas.
Un aspecto destacable, y que se ofrece desde el humor, es lo descarnado de las relaciones y los relatos, al borde de rechazar de plano aquello que da en llamarse políticamente correcto. En esto pueden verse atisbos críticos a lo esperable de las conductas sociales como un rasgo dramatúrgico. Otro aspecto, que hace de contrapunto al anterior, lo constituye el rescate de lo inmediato vital, incluso con inocencia y disfrute amable.
Lo que se baila: Garzón, más aeróbico que danzante en términos tradicionales, Otero, jugando con movimientos de show pop e incluso usando-robando-recreando tramos coreográficos de Pablo Rotemberg (cosa que ella explicita; cabe recordar que fue intérprete de lo que toma).
Así las cosas, el juego, teñido de biografías aparentemente recias, donde no se escondería la verdad, cabalga el humor como gesto sardónico.
En función, la dupla protagónica resultó notablemente eficiente y divertida. A ellos hay que agregar la participación en escena de Agustina Barzola Würth, Lucía Giannoni y Fede Barale, asistentes que actúan, exactos y sólidos (en particular Barale, apoyando en música y cámara en mano), y la entrada en escena de los hijos de Garzón, participando del baile y el canto finales.
En síntesis, 200 Golpes de Jamón Serrano, cruzando el género inventado por Vivi Tellas, biodrama, con lo llamado posdramático (básicamente, la no preeminencia del texto teatral por sobre los otros discursos que aparecen en escena, cosa que siempre es así para el buen teatro), pero sin suscribirse seriamente a ninguno de esos recortes y apelando más a lo que es teatralidad de feria, de barraca, de music-hall, resulta un divertimento ligero y agradable, algo así como una invitación a reír.