No dejar de lado que paciencia y paciente dicen de quien padece, y que un tipo de padecimiento más allá del dolor físico, que se hace largo, que va en tiempo, se alberga en la enfermedad, puede ser un ejercicio o un intento para tratar de comprender cómo ser de un modo que no se quiere ser
Los Pacientes, de Ana Rocío Jouli, con dirección de Laura Conde y coreografía de Eleonora Comelli e intérpretes, se presentó en El Portón de Sánchez.
El dispositivo escénico de la pieza: una sala de hospital, cuatro camas, una silla de ruedas; a un lado una enfermera de noche con mesita y medicamentos, vigilante, al otro un atril con micrófono; al fondo, puertas y ventanas que comunican con el resto del nosocomio.
El juego escénico: cruce de discursos y prácticas de escena: atrás, proyecciones de textos; acompañamiento de diseño sonoro; construcciones de actuación y de baile; textos de una dramaturgia fragmentaria.
En escena: la presencia de enfermos, siempre en movimiento, en gestos, en actos, en bailes, dos ancianos, dos adultos, una niña, y la debida atención a éstos.
Y el tiempo que dura, un continuo sonoro (Miguel Raush y Mr. Miguelius, en vivo), y la constante paciencia de una enorme escena sobre lo igual, sobre esa distención de los actos, apenas potentes en los que padecen, supuestamente los atinados como cuidados en los que cuidan.
Una vez arrancada, la obra, da a entender de qué va: los pacientes que padecen en la noche, que no es solo aquella en la que no se ve el sol arriba. Ese tiempo, que podemos llamar esa noche, en que todo parece continuar sobre lo mismo, estancado en la forma a que reduce la enfermedad, a sus limitaciones, en paciencia de espera por lo otro que es ser humano: la espera sobreviviendo para entrar, sanados, otra vez a vivir. Y esto, comentado, pensado, analizado, reflexionado en los discursos de la enfermera que va al atril, que usa micrófono, que interpela a la audiencia. Única voz, la enfermera da entradas a lo quebradizo de los anhelos que se exponen ante la vista de la debilidad, esa manera en que triunfa la enfermedad. Porque a los pacientes se los atiende, se los cuida, pero han dejado su voz de afirmación humana cambiada sólo por la voz del gemido.
Los Pacientes parece recordarnos que tomamos, usualmente, los términos paciencia y paciente en sentidos corridos, hechos tropos, metáforas de afirmación. Suele citarse a la paciencia como casi una virtud, y ser paciente es mirado como tiempo hacia la plenitud futura (que para eso se atiende a los pacientes). La paciencia se padece y padecer es ser paciente. Al espectáculo puede tomárselo como una visión crítica del heideggeriano ser para la muerte. En lugar de pensar que las cartas están echadas (como se dice en el barrio: Y bueno, al final te morís), recuerda que la vida se trataría de afirmaciones y creaciones, en buena lucha contra miedos y dolores.
En función, los intérpretes (Pablo Emilio Bidegain, Paula Coton, Roberto Dimitrievitch, Vanesa González, Angelina Casco Guiñazú, Stella Maris Isoldi, Liza Rule Larrea, Mr. Miguelius), de sólidas intervenciones, desgranaron esta poética de vía dolorosa que armó, desde el texto (que quiebra entradas al tema, al dolor y a la distancia que se pone frente a este), una senda para las acciones (gestos, baile, presencias) para plantar este universo que vemos algo extrañado, quizá porque no se quiera ver, quizá porque se quiera olvidar. Y esto último resultó en plasmarse en la firme construcción desde la dirección para dar universalidad (estos pacientes somos cualquiera de todos) al mundo de quiebre que ser paciente impone como crueldad.