La compañía Tangueros del Sur, que dirige Natalia Hills, presentó en Buenos Aires su espectáculo Romper el Piso, estrenado hace algunos años en el City Center de Nueva York
Era niña aún cuando su nombre comenzó a hacerse conocido en las pistas y en los escenarios. Creció rápido, levantó vuelo, recorrió el mundo de la mano de Juan Carlos Copes y con Luis Bravo en Forever Tango, y hoy está de regreso en Buenos Aires mostrando el espectáculo que, con su propia compañía de baile, estrenó en 2009 en el City Center de Nueva York, nada menos.
Natalia Hills se jugaba una carta fuerte en esta rentrée y mal no le ha ido. El público (en el que abundaron los bailarines tangueros) aplaudió con ganas al término de su faena al frente de un elenco con grandes individualidades, tanto en la faz danzada como en lo estrictamente instrumental.
Romper el Piso intenta desmarcarse de las clásicas revistas musicales del género y en parte lo logra, con un interesante primer acto en el que explora las raíces afro del tango a partir de su ligazón con el candombe. Visualmente, es el segmento más atractivo del show y anticipa una línea estética novedosa, que luego se diluye.
La evolución en el tiempo, muy propia de este subgénero teatral, desemboca en el baile a piso de las parejas, pulcro y refinado, en un continuado que no regala mayores novedades. El nivel técnico de los bailarines es superlativo en casi todos los casos, pero cierta languidez impostada le resta matices a la interpretación.
Del arrabal al mundo siguiendo el derrotero del dos por cuatro, el show va ganando en espectacularidad hasta desembocar en el repertorio otrora vanguardista (lo fue hace más de cuarenta años) de Astor Piazzolla, del que felizmente se evitan las páginas más conocidas. Es aquí donde la propuesta vuelve a cobrar vuelo gracias a un juego coreográfico atrayente en su complejidad. El conjunto luce preciso y armónico en desplazamientos harto intrincados, pero otra vez la excesiva inexpresividad de los rostros resulta ingratamente llamativa.
Contrasta la impronta pétrea de los bailarines con la emocionalidad a flor de piel de los ocho músicos que desde el chelo dirige Patricio Villarejo, responsable también de los inspirados arreglos. Notables trabajos de Nicolás Minoliti, Ricardo Astrada y Gisele Avanzi, en la danza, y meritorio desempeño de Natalia Hills en la dirección de este espectáculo que, de haber arriesgado a pleno, habría alcanzado aun mejores resultados.