Por contraposición o negatividad, se puede dar una reflexión positiva y así dar cabida a una mayor y mejor observación de lo auténtico. Dos obras de expresión corporal: IntraNOS de Maya Ponce (presentada en El Sábato) y Ramo de Martina Schvartz (Club Cultural Matienzo), se ofrecieron el mes anterior
En IntraNOS, Maya Ponce propuso conceptualmente, desde la valoración de la imagen construida, la multiplicidad sobre lo imaginario de sí. Las bailarinas (lda Mariana Di Silverio, Yasmín Jacobo, Belén Giménez, Luciana Schmit), realizando simetrías cruzadas, sobre un concepto de presencia, un estar ahí, expuestas, desde cada una de sus intimidades e impresiones, ofrecieron variaciones sobre esta temática. Al tiempo que se vertían las diferencias individuales en detalles, gestualidades, dinámicas y pausas, todas podían implicar una misma realización: expresión del sí de cada quien, con lo de incomprensible que da un cuerpo ahí, presente, por subjetivo y privado, que sin embargo resulta cercano, patente en su humanidad. Con la aparente entrega de femineidad, incluso sororidad, lo resultante era el modo en que podemos engañarnos si tomamos a alguien desde presupuestos. ¿Qué alcance tiene la expresividad de alguien frente a mí, de quien comprendo su emotividad en cuerpo, a la vez que sólo comprendo porque la presupongo (en este caso, femenina)? Cuatro mujeres, en torsos desnudos, que daban lugar a ver en ellas más que la reducción a su intimidad “femenina”, concreta e imaginaria. Sin negarse a estar en presencia como mujeres, instaban a tomar nota de que cualquiera es más que esa sola inmediatez.
En Ramo, con una tónica diametralmente opuesta, Martina Schvartz hizo de la presencia de las siete bailarinas (Josefina Blanco, Catalina Correa, Sofía del Tuffo, Leticia Gurfinkiel, Ladis Osorio Samaniego, Rocío Saavedra, Melina Zanacchi) un juego compositivo de apariencia formal (con reminiscencias a la estética de Oskar Schlemmer). Dentro de ese enfoque formalista (el vestuario -Sofía Mendiondo-, la repetición de secuencias, formas, recorridos), Ramo dejaba al descubierto a la persona, cada persona-intérprete, en la manera de mostrarse casi inexpresivamente, si nos atenemos a la mueca en sus gestos. Todas una misma que nunca era esa misma: padecían esa condición de estar en el mundo, catalogadas como mujeres-mediadas transformadas en novias-dóciles. Seis, repitiendo esquemas, con ramo de flores. Una, en cubículo-peluquería. Todas, maquinaria de continuidad del mismo condicionamiento: ser para los otros lo que se espera que se sea clausuradamente.
Ambas piezas, desde perspectivas disímiles e iguales y la expresividad puesta en imágenes y gestos acotados, expusieron, a partir de una mentirosa femineidad (por abstracción o recorte de lo que una mujer sea o pueda ser), lo auténtico de lo femenino, que resulta ausente si se lo piensa como un universo, en lugar de comprender que cada persona es persona, con innumerables variantes que escapan a catalogaciones.