Ya cuando los afroamericanos hacían ruido con su danza sincopada sobre la música swing en salones segregados, un encabezado decía: Lindy hops the Atlantic (Lindy salta el Atlántico) en referencia a uno de los primeros vuelos transatlánticos, realizado por el aviador Charles Lindbergh apodado Lucky Lindy (1927). Debido a los pasos aéreos, la danza fue bautizada en homenaje al “salto” del aviador
En el cambio de milenio, justo cuando las rockerias del Gran Buenos Aires se llenaban y amantes del rock and roll enseñaban en territorios del 2×4, éstos recibían a bailarines de swing interesados en el tango, y allí se produjo el encuentro. El interés fue natural, en aquellas épocas de las cintas de video en VHS, y el incorporar esta nueva danza tomó tiempo: charlas, clases y viajes a reinos del norte.
Tres hermanos fueron los que dieron el puntapié inicial: Ernesto, Ricardo y Claudia Biggeri, reconocidos precursores de la creciente comunidad argentina de swing. Ellos pronto supieron que la nueva danza había que estudiarla, a diferencia del rock que se aprende yendo al baile. Porque hay varios estilos, dependiendo de las ciudades, ambientes y condiciones donde se desarrollan, situaciones raciales y sociales.
Una señora en zapatillas sincroniza los movimientos de sus pies con los de su joven partenaire súper tatuado. Una pareja de mediana edad luce suavemente sus mejores galas al lado de otra donde folower y leader son chicas, y otra cuya diferencia de estatura y estética no les impide su aventura acrobática (con el peso en la punta de los pies, todos juegan y se nota en las sonrisas y bromas), cada cual con su manera de marcar los contratiempos, pausas y variadas formas de abrazo sobre el piso de madera. En la pausa, dos estudiantes de matemática que bailaban juntos le cuentan a Balletin Dance que se sumaron a las clases porque es una danza lúdica, ni solemne, ni de levante. Su profesor les dijo: “Hacemos un paso, si nos sale bien: lo festejamos; y si nos sale mal: nos reímos”. Entonces ellos aprenden ambos roles, para guiar mejor, y aceptan invitaciones de mujeres para salir a jugar, burlando la tradición.
Los saludos que se ofrecen al llegar a una fiesta, muestran que hay una comunidad del swing más allá del encuentro en la pista. Como los domingos en el Parque Centenario de la ciudad de Buenos Aires, que surgieron hace 8 años de la necesidad de Christian Sanz de incrementar los asistentes en una clase en la que había quedado como único alumno. Estos encuentros al aire libre reúnen a profesores y estudiantes en el colorido piso, y ahora que Sanz se mudó a Estados Unidos están a cargo de Eduardo Ledebur y Marcela de Oliveira, quienes se ocupan de la convocatoria y la logística.
Christian Sanz empezó estudiando con los hermanos Biggeri, y en conversación con esta cronista aseguró que viajó en busca de perfeccionamiento, pero que allá existen menos eventos que en Buenos Aires. Inclusive encontró que el festival de Detroit, otrora uno de los más grandes, ya había perdido su brillo. “Acá el swing pasó de moda”, sostuvo. También en Argentina, junto a Diego Des Justo, comenzó Parada Swing otra fiesta semanal en diferentes locaciones (ahora a cargo de Banana Swing: Florencia Linardi y Diego) donde se congregan todo tipo de cuerpos, estéticas y edades, y donde las manos tomadas marcan un eje alrededor del cual giran en un pequeño espacio. Eso sí: siempre con banda en vivo transitando diferentes ritmos. Y es que no sólo de lindy hop vive el swing. Charleston, balboa, autentic jazz, shag, boogie wooguie, blues: ritmos negros, asimilados o no por los blancos estadounidenses en diferentes épocas y circunstancias. Cada uno, particular en cadencia y movimientos, hace a la variedad del swing. De lo más sencillo a lo más acrobático, del abrazo pegado al casi nulo contacto visual entre la pareja.
Otra actividad característica es el Jam, donde un agasajado empieza bailando con un compañero y una ronda de bailarines hace palmas a contratiempo, para ir turnándose formar parejas y seguir la fiesta. Esa dinámica también sucede en la comunidad, donde, por ejemplo Manuel Bicain quien producía con Juan Villafañe la fiesta Swinging Party (hoy junto a Mariel Gastiarena), son los dueños de la flamante escuela Swing City donde se respira la cultura en cada uno de sus salones nombrados como míticos clubes estadounidenses. Creadores de un método de enseñanza y formadores de instructores, tienen filiales en Córdoba, Rosario, Lima (Perú) y Sheffield (Inglaterra) donde se transmite su visión del baile. Además de la práctica de los miércoles y la fiesta de principiantes, producen hace siete años el Campeonato Porteño de Swing (Capos), y el Swing City Challenge, con asociaciones entre festivales de Brasil, Corea, Chile.
El trio, viaja a festivales europeos donde aprende, enseña y baila. Cuenta Bicain que en Europa está muy difundida la cultura swing y se realizan más concursos que aquí, donde todavía hay cierta resistencia. Algunos bailarines los rechazan por no ver la necesidad de competir, otros los toman como una oportunidad de desafiarse a sí mismos y aprender de los otros concursantes.
Sucede que en Buenos Aires todos los días hay fiesta lindy, concursos y festivales (como el Fifty/Fifty de Cultura Swing-Biggeri Bros) y prácticas al aire libre como la recientemente inaugurada del Parque de La Estación en Once (de Paul Laus, Raúl Flores y Daniel Cortés), shows particulares y muchas clases. Aunque hay menos oportunidades de ver lindy hop, se menciona su aparición en el Festival Internacional Buenos Aires Jazz, donde las bandas musicales invitan a parejas de bailarines, en el ciclo La Batalla: Swing en el Konex (2010) seis parejas patearon de lo lindo con la Antigua Jazz Band, hubo un flashmob de swing organizado por la escuela ¡Bailá Swing! de Lu Salinas y José Zarazaga, y se lo pudo ver en la última edición de Ciudanza, el Festival de Danza en Paisajes Urbanos que organiza el gobierno de la ciudad. Como parte del espectáculo 50 dirigido por Gabriela Prado y Martínez Almirón, Swing Límites Dance Crew liderada por Manuel Bicain hizo su aporte swing. Con la denominación crew tomada de las danzas urbanas, las cuatro parejas, pasean por el swing, tap y authentic jazz, en concursos y festivales. Según el realizador “tenemos un nivel alto en el baile social y mucha gente se queda en eso, pero hay pocos bailarines profesionales, con dedicación exclusiva. Para hacer un espectáculo se necesita experiencia, bagaje cultural, histórico, además de una técnica más apurada, conceptos coreográficos, musicales, estéticos”.
En algo hay acuerdo: el espíritu es alegría, buena onda, improvisación sobre la música, conexión con el compañero, y al terminar la pieza, levantar las manos y chocar los diez. Frankie Manning (bailarín emblemático estadounidense), dijo: “Nunca he visto a un Lindy Hopper que no sonriera. Es un baile feliz. Te hace sentir bien”.