Ante la ausencia absoluta de alguien, para quien queda y pena tal ausencia, la reiteración de las preguntas imposibles se constituyen en estigmas. El Grupo Caldo presentó ¿Por Qué No Me Llevaste a Mí?, espectáculo de expresión corporal con dirección de Mariana La Torre e interpretación de Juan De Rosa, Facundo Monasterio, Luciana Pedroni y Manuela Piqué, en el Espacio Sísmico
Frente a aquella ausencia consecuente de muerte, una de las preguntas sin respuesta, que puede suponerse formulada innumerables veces, es la enunciada como título del trabajo. El dolor y la pena de quien queda, de quien no murió, frente a lo inconmensurable del vacío en que se encuentra, vaciado de aquella presencia probablemente amada, pregunta: “¿por qué no yo?”. Redunda en una supuesta injusticia, en un absurdo que la muerte sea de otra persona, de esa querida persona. Y el sufrimiento quiere saber porqué sufre. ¿Por qué sufro yo en lugar de haber desaparecido yo? No hay que engañarse. El sufrimiento como ausencia de sentido es de uno mismo, no por otra persona. Claro que es auténtica la noción de reemplazo, de haber sido quien sufre ahora quien hubiera muerto. Eso es parte del dolor de lo incomprensible y, en el fondo, toda muerte es incomprensible. La ruptura definitiva es una forma monstruosa o, lo que es lo mismo, es la no forma. Ya nada es lo que era, ya no se es como se quiere ser, como antes, continuado. De algún modo se es absurdo, inconexo, despojo de aquello que era el orden habitual, lo que se dice la vida.
¿En qué formas se puede dar esta no forma, esta presencia de deudo de muerte?
Mariana La Torre eligió los límites de la basura. Allí donde no hay horizonte de orden, donde hay acumulación sin sintaxis. Y, para esto, un dispositivo escénico simple: bolsas de plástico, las más comunes, vacías, muchas, muchísimas. Un mundo que sólo presenta eso es el inicio de la pieza. Y, de entre este piso vasto y plástico, emergen cuerpos: los intérpretes.
A lo largo de la obra regresan a cubrirse y desaparecer bajo las bolsas. Pero también aparecen y reaparecen, lamentándose, congojas extremas, sequedades de ánimo, violencias que quieren controlarse en el mismo dolor. Hay discursos inconexos y relaciones o vínculos que explotan y se exponen en meros actos aparentemente reactivos, de no muy claros destinos e intenciones. Hasta llegar a un nuevo orden, paródico si se quiere, pero de temor y temblor, con un valsecito criollo (Bajo un Cielo de Estrellas, Enrique Francini, Héctor Stamponi, José María Contursi), cantado quedo por Piqué mascando perejil, rumiándolo, en una ronda de la que participan los cuatro performers, gateando. Un orden de cierre como ganado pastoreando que no quiere pensarse, que recuerda en tristeza (los últimos versos del vals: “En la noche tranquila y oscura / hasta el aire parece decir: / ’¡Para qué recordar que fui tuya / si yo ya no espero que vuelvas a mí!’”). Y, de la muerte, no se vuelve a nadie.
En función, los ricos contrastes expresivos de los intérpretes dieron potencia a la propuesta. Lamentos enfáticos de Monasterio, huidas emotivas en discurso a modo neurótico de De Rosa, variaciones en formas y esfuerzos en el cuerpo de Pedroni y gestualidades como desviaciones de violencia en cruce con ternura de Piqué quien, además cargó su canto de tristeza pequeña y patética.
Como una panoplia de recortes duros, aparentemente desconexos, de encuadre post (ya sea postmoderno, post-estético, post-dramático o post-post), ¿Por Qué No Me Llevaste a Mí? configuró una invocación reflexiva, en acción, a lo que el dolor de muerte hace de los seres, esto es, despojos de sí.